Quiero creer que nuestro mal gobierno
es un vulgar negocio de los hombres
y no una metafísica, que España
debe y puede salir de la pobreza,
que es tiempo aún para cambiar su historia
antes de que se la lleven los demonios.
Apología y petición
Jaime Gil de Biedma
A riesgo de parecer cansino, no me queda más remedio que volver a decir que tenemos un sistema electoral tramposo que deforma la voluntad popular facilitando la creación de un bipartidismo imperfecto.
También he dicho que el bipartidismo no está en crisis, que la crisis está en los actores protagonistas del bipartidismo. Es por eso que, en el proceso de sustitución de actores, la apariencia externa de la crisis nos da la sensación de que estamos en un sistema de cuatro partidos o cuatripartito. Particularmente pienso que no deja de ser un bipartito con muletas. Una vez se consoliden los nuevos actores el sistema se retornará estable, aunque, como apuntaba antes, imperfecto, por lo que siempre sufrirá vaivenes en función de si se consiguen mantener una o dos fuerzas de ámbito estatal en torno a un 13% a 18% -aparte de las dos mayoritarias- y, a la vez, persisten los partidos nacionalistas, los cuales, con porcentajes pequeños, mantienen una buena representación o sobre representación gracias al sistema electoral.
En la siguiente gráfica podemos ver una primera distorsión de la voluntad ciudadana. Es evidente que la opción mayoritaria de los ciudadanos (censo) ha sido la abstención más el voto en blanco —30,68% frente al 22,85 del partido más votado—. Unas opciones tan válidas como cualquier otra, como ya he indicado en otras ocasiones, y que deberían tener reflejo en la composición del Legislativo. Ambas manifiestan por activo o por pasivo una crítica consciente o inconsciente al sistema. Tan consciente o inconsciente como cualquier voto a candidaturas.
La siguiente deformidad es la transformación, por arte y parte del sistema electoral, de los porcentajes de voto (representación popular), en otros muy diferentes, los porcentajes de diputados (representación institucional) que benefician a los dos primeros partidos —más al primero que al segundo: 18% de incremento para el PP, 7% para el PSOE— y perjudican al resto (restando un 4% a Unidos-Podemos y un 30% a Ciudadanos). Otros beneficiados por el sistema son los partidos nacionalistas que incrementan su representación —casi un 14% Convergencia y un 19% el PNV—. El resto de candidaturas son altamente perjudicadas, como es el caso de PACMA, Recortes Cero, UPyD y otros que se quedan sin representación (-100%).
La comparativa entre el actual sistema, y otro donde la circunscripción electoral fuera única, es verdaderamente demoledora. Se puede observar en la siguiente gráfica:
Mientras este sistema se mantenga serán el PP y el PSOE, o Podemos y Ciudadanos u otros, los que se beneficiarán y conformarán ese bipartidismo imperfecto y dependiente de los otros grandes beneficiarios: los nacionalistas.
El problema que tenemos en España (toda España) son los intereses inconfesables de los políticos que lideran esos partidos. Intereses mediatizados, tanto por la necesidad de pervivir, de mantenerse, como por el deseo de ser uno de los beneficiados por el sistema electoral. Sus tácticas y estrategias están más encaminadas a ese fin que a la función para la que, se supone que en democracia, está la política: la obtención del bien común —independiente de la opción ideológica de cada cual—. Llámenme ingenuo…
Particularmente no me fío de ninguno de los líderes actuales de los partidos que han obtenido representación parlamentaria, y ya lo he explicado sobradamente. Pero pongamos que se les ilumina por un instante su cerebrito, y su ego se va por el desagüe de la rutina junto con las sesudas tácticas que para ellos elaboran politólogos de altos emolumentos y demostrada incompetencia.
Miren, se lo explico yo sencillito, cuatro números:
La suma de PSOE (85), U.P. (71) y C’s (32) es de 188 diputados, trece (13) más que los necesarios para formar gobierno.
Es verdad que nuestro “maravilloso” sistema no impone que de la lista más votada haya de salir el presidente del gobierno —¡vale!—, pero en cambio sí que permite alargar alegremente, forzando estrategias espurias, su nombramiento. Es así que, unos y otros, nos han llevado a unas nuevas elecciones para forzar nuestro voto o, dicho de otra manera, para forzar nuestra voluntad, instalando el chip del voto útil que, paradójicamente, nos vuelve a los ciudadanos tan inútiles. A pesar de todo, han fracasado. Sobre todo la izquierda ha fracasado.
Imagínense que una vez constituido el Congreso, en vez de tanta reunión con el rey y tanto juego de salón, y ante la inexistencia de unas posible mayorías gubernamentales (cosa para la que no necesitábamos 4 meses de desesperante constatación), se hubiera planteado el siguiente mecanismo: que todos los que quisieran optar a ser Presidente del Gobierno de España, se presentaran a una votación parlamentaria bajo el criterio de que a los dos más votados —en el Congreso, por los parlamentarios— se les considerara candidatos a Presidente. A partir de ese resultado, el Congreso entonces hubiera convocado unas elecciones en el plazo de, digamos, dos semanas, para que todos los españolitos elijamos entre ambos candidatos resultantes. Con mucho debate en la tele y en la radio y en los periódicos, pero poco gasto de campaña. Y nosotros vamos y elegimos. ¿Qué tal? ¿No se fían de los ciudadanos los políticos? Nosotros de ellos tampoco.
Cierto, eso ahora no es posible, pero si fuera posible, ¿quiénes saldrían elegidos para que nosotros decidiéramos en esta coyuntura? Exacto: Rajoy y Sánchez (conste que ninguno me gusta). Y ¿cuál creéis que sería el resultado? Así, a bote pronto, Rajoy no sale, y Sánchez, aun tapándonos la nariz, sale. Y ¿por qué? Lo tienen en el primer cuadro. Cuantos del PSOE (22,66%), cuantos de Unidos Podemos (21,10%), cuantos de C’s (13,05%), cuantos de PACMA (1,19%), cuantos de Recortes Cero-GV (0,22%), cuantos de UPyD (0,21%). Suman más del 58%. ¿Cuántos votarían a Rajoy? ¿Cuántos votarían a Sánchez?. A lo mejor hasta se animan a votar los abstencionistas.
Los líderes tendrán sus estrategias pero los ciudadanos tenemos otras: dejaros de mandangas y cálculos de pérdidas y beneficios, dad el paso. No saltarse líneas rojas y tened altura de miras, y si tenéis lo que hay que tener, reformad el sistema electoral y más cosas, ¡claro!, pero todas con un objetivo: mejorar la democracia política, social y económica. Vamos, aquello tan antiguo y tan actual de la igualdad, libertad y fraternidad. Y hasta os regalo mi libro.
A ver si tenéis lo que ha de tener un político, un hombre de Estado. O a lo mejor me equivoco y el problema es testicular, quiero decir que todos queréis ser el líder de la manada, el macho alfa. Cosa de chimpancés.
Salud,
Barcelona, 03 de julio de 2016
Vicente Serrano
Presidente de Alternativa Ciudadana Progresista
Autor del libro “El valor real del voto” Ed. El Viejo Topo.
Publicado en Crónica Popular – EL VALOR rEAL DEL VOTO – Alternativa Ciudadana Progresista
Sé el primero en comentar en «¿Es posible un gobierno progresista?»