El Parlament de Catalunya se ha convertido en el juguete de los secesionistas, no tienen otro. Allí viven alienados de la realidad. Luego hay palmeros que alimentan su delirio colocando lacitos amarillos por todos lados, son como los tontos útiles.
No quiere decir que hayas dos millones y poco de tontos útiles porque una cosa es que les voten y otra cosa es que les hagan el paripé. Así pues distinguiremos cuatro niveles, a saber: los fanáticos, divididos en dos grupos, unos están en el Parlament y los exacerbados que van colgando lacitos por aquí por allá, montan manis y escarches, estos están muy organizados. Luego hay un grupo amplio que hacen simplemente seguidismo, cuelgan lazos, asisten a las manis y lo que haga falta para dar masa crítica. Y finalmente la gran mayoría de esos dos millones: los ingenuo-bobalicones. Estos últimos todavía son recuperables, pues no les falta un punto de ingenua bondad en sus intenciones.
Los dos primeros grupos son droga dura. Es lo que podríamos llamar en términos carcelarios irrecuperables, no reinsertables. Son muchos, lo sé, pero no tantos como para que nos sigan jodiendo tanto tiempo la vida.
Pero se han juntado el hambre con las ganas de comer. Otro que está encerrado en su juguete se llama Rajoy, y PP y PSOE, en fin, todos ellos. Pasan el día componiendo estrategias sin futuro mareando la perdiz y sin enfrentarse al problema. Algo un tanto esperpéntico y consustancial en la historia de España, solamente hay que leer Azaña y su error de la conllevancia.
El nacionalismo es intrínsicamente xenófobo, egoísta y supremacista, no hay nada que hacer con él sino derrotarlo. Derrotarlo desde la cultura, desde la verdad, desde la lucha por la igualdad, desde la diversidad, desde el respeto a las minorías y desde la legalidad. Es decir desde la democracia.
Escribí hace unos días estás reflexiones previas, pero tras ver los debates en el Parlament de Catalunya, que acabaron con la elección de un supremacista como presidente de la Generalitat, no puedo más que confirmar que estamos en un callejón sin salida, que es necesario tirar la pared, la del fondo y las de los lados, que no hay mimbres en este Parlament para componer una sociedad donde la convivencia sea posible.
Que falta valor y sentido de Estado en España para resolver este conflicto, porque sí, hay que asumir que es un conflicto, un conflicto entre catalanes sí, pero un conflicto que se ha de resolver entre todos los españoles.
La aplicación del 155 ha sido timorata –está bien que ahora se den cuenta, más vale tarde- ya lo advertimos muchos: convocar unas elecciones al día siguiente de que el Senado diera la autorización rebajó su eficacia a mínimos; no sustituir -¿Qué menos?- a la plana mayor de TV3 (televisión pública de la Generalitat), poniendo al frente alguien profesional e imparcial, fue un error garrafal; mantener en su puesto a los altos cargos de las Consellerías, mostró debilidad.
El miedo escénico que acostumbra a tener el PP, disfrazado de estoicismo de Rajoy, junto a un PSOE acomplejado y un C’s alborotado pero falto de iniciativa, ha ejecutado un 155 tan indolente que ha envalentonado al nacional-secesionismo. Ciertamente ha sido un parón, pero la estrategia nacionalista ha continuado y parece que con Torra se va ha intensificar. No es causalidad que haya sido elegido un desaforado independentista, un hombre que se cree imbuido de una misión mesiánica y dispuesto a aceptar, parece, ser un instrumento de un delincuente en fuga, que se auto atribuye una legitimidad cuasi divina. No estaría demás que cuando retorne Puigdemont detenido se le someta a un examen psiquiátrico.
Arreglar España es arreglar Cataluña
Pero el gran problema que tenemos en Cataluña no se resuelve solo con una nueva aplicación del 155 más dura. El problema que tenemos en Cataluña es el problema de España como proyecto de nación política. Y no es solo resolver la estructura territorial, cerrando el sistema autonómico y definiendo en la Constitución de una vez y por todas las autonomías que conforman España y las competencias del estado central, del autonómico y del municipal. Planteándose desde ya, la posibilidad de rescatar las competencias de Sanidad, Educación, Telecomunicaciones y Energía para el gobierno central.
También es necesario afrontar un cambio en el sistema electoral español y por tanto en los autonómicos. Lo que genera la victoria del nacionalismo en Cataluña, deformando la voluntad popular, es la misma ley que beneficia al PP y al PSOE actualmente –que puede beneficiar a C’s o a P’s en el futuro-. Un sistema electoral tramposo que nadie se atreve a tocar –ni siquiera la tímida propuesta de C’s y P’s-.
Desconfío de los actuales partidos, y desconfío de su capacidad de regeneración interna. Se podrá criticar la Constitución del 78, se pondrán apuntar errores y concesiones políticas, se podrá hablar de falta de valentía por no ir más allá, pero el nivel de compromiso de los partidos estuvo a la altura de los deseos de la mayoría social para encaminar a España a una democracia. Hoy existe esa mayoría social pero los partidos políticos no están a la altura de las circunstancias. ¡Ninguno!
Barcelona, 16 de mayo de 2018
Vicente Serrano
Presidente de Alternativa Ciudadana Progresista y miembro del Foro de las Izquierdas No Nacionalistas.
Autor del ensayo EL VALOR rEAL DEL VOTO. Editorial El Viejo Topo, 2016
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