El proyecto de la nueva ley de educación del ministro José Ignacio Wert, más allá de sus aciertos y errores que no voy a glosar en este momento, ha tenido un efecto clarificador sobre las posibilidades de reconducir la izquierda española (incluida, por supuesto la catalana) a sus principios ideológicos. La falta de autocrítica del PSOE (y del PSC) respecto al fracaso de su proyecto educativo, la LOGSE, y de la autocomplacencia acrítica de Izquierda Unida (y su dispersado entorno), les lleva a posicionarse frente al proyecto del PP con flacos fundamentos y alinearse con el nacionalismo más rancio de este país.
No es cierto que con cada gobierno se cambie la ley de educación. Se han hecho parches a la LOGSE, pero fundamentalmente es la misma que aprobó el PSOE felipista, esa que renunció a la escuela pública y que inventó la escuela concertada para alegría y jolgorio de la escuela religiosa, que hoy critican. Que el sistema educativo español es un fracaso es de tan general reconocimiento que hasta los educados en el mismo lo asumen. Tengo allegados que trabajan como profesores y reconocen en privado que el fracaso escolar es superior al manido 30% que las administraciones (autonómicas) imponen a sus docentes.
El problema del proyecto educativo de Wert no es la lengua, es la falta de apuesta por una escuela pública única y gratuita, es decir acabar con el concierto. Pero pedir a un partido de derechas eso es pedir peras al olmo, no nos engañemos. Eso debería haberlo hecho la izquierda. Ha tenido tiempo de sobra en el Gobierno, y solo se acuerda de la escuela pública cuando está en la oposición, que es cuando saca a pasear su imaginería anticlerical.
Siento vergüenza cuando veo a Joan Coscubiela y a otros representantes de la izquierda hacer demagogia sobre la pretensión de introducir el castellano como lengua vehicular en la enseñanza en la misma proporción que el catalán, y el uso de frases como: “Ataque al catalán”; o el término “talibanismo” utilizado por el representante de ERC. Talibanismo es el que se lleva practicando en Cataluña durante tres décadas. Hablan de acabar con la cohesión social en Cataluña, cuando si la izquierda cree que cohesión social es marginar cultural y socialmente a la mitad de la población que tiene como lengua propia el castellano es que ha perdido el norte, sobre todo cuando esa población es la clase trabajadora de Cataluña, a quien ellos dicen representar.
El precadáver político de Artur Mas convocó tras las elecciones autonómicas un aquelarre antibilingüista de todos los partidos defensores de la exclusividad del catalán como lengua vehicular en la escuela. Asistieron Pere Navarro (PSC) y Joan Herrera (ICV-EUiA) como borreguitos convidados, humildes ante los prebostes de la patria por osar, en campaña claro, criticar el secesionismo desbocado pero, eso sí, comprometidos con el dret a decidir. ¿Serán capaces de apoyar el desacato anunciado en sede parlamentaria? No me extrañaría lo más mínimo. Todavía no han exigido el cumplimiento de las sentencias del Tribunal Constitucional ni del Tribunal Supremo sobre el tema. Los de la CUP reclamaron su pertenencia al club identitario dejando claro que el castellano, ese idioma de la clase obrera, no es el suyo.
Antes de entrar en las conclusiones que anunciaba en cabecera sí habría que comentar brevemente el proyecto de Wert. Es el primer intento de solventar un problema de derechos cívicos desde una perspectiva de Estado; lamentablemente es una solución desde la derecha. Me explico. Existe una lengua común de todos los españoles, el castellano o español, y en algunas Comunidades Autónomas otra lengua común dentro de dichos territorios. En ellos se usan y conocen ambas lenguas en diferentes porcentajes (generalmente el castellano es predominante en todas ellas). La protección de esa diversidad es competencia del Estado, ya sea como Administración central o como Administración autonómica. Al trasferir las competencias de enseñanza a las CCAA, la Generalidad de Cataluña, estando tanto en manos de CiU como del tripartito (PSC+ERC+ICV-EUiA), apostó por el uso de la enseñanza como medio de socialización de un proyecto nacionalista que utilizaba el catalán como lengua vehicular única. Este proyecto va más allá de conseguir que todos hablen catalán, su objetivo es la formación de personas nacionalistas. A juzgar por los resultados parece que el proceso es efectivo. Diría que el catalanismo es la forma de franquismo más lograda.
En Cataluña, desde los primeros tiempos de la inmersión lingüística obligatoriamente en catalán siempre han existido asociaciones y formaciones defensoras de una escuela abierta con el bilingüismo como bandera o con el derecho a elección de lengua vehicular por los padres. Este asociacionismo se ha anclado en el centro o en la transversalidad derecha/izquierda: Asociación por la Tolerancia, Convivencia Cívica Catalana, Acción Cultural Miguel de Cervantes, etc. Hubo un intento de crear una opción desde la izquierda: Foro Babel, que se desactivó ante la perspectiva de acceso a la Generalidad del PSC con Pasqual Maragall (¡ingenuidad de los intelectuales babélicos!). Ciudadanos ha sido el partido que ha recogido el guante de la transversalidad bilingüista. Sin embargo, sigue existiendo una orfandad en la izquierda que afronte el problema nacionalista (no solo de la lengua) desde posiciones de clase.
Digo que el proyecto de Wert es una solución desde la derecha porque permite que la Generalidad opte por no cumplirlo y deja a los padres que deseen dicha educación bilingüe solos ante el monstruo de la administración. ¡Solicitar educación bilingüe en Cataluña es ser un activista de los derechos civiles! ¿Qué colegio concertado va a ofrecer educación bilingüe, con la espada de Damocles (Generalidad) amenazando su subvención? En todo caso la educación bilingüe será un privilegio de las clases pudientes catalanas que podrán llevar a sus hijos a colegios de pago, como es el caso de la Escuela Aula donde Mas llevó a sus hijos. Es decir, a los pobres: nacionalismo y pan duro.
Concluyendo: la izquierda en España sigue, después de más de 30 años, acomplejada ante el nacionalismo y es incapaz de generar un proyecto político y social para España que plante cara al egoísmo de las burguesías catalana y vasca. Es más, en vez de eliminar el virus se ha extendido al resto de las Autonomías en versión soberanista, alimentando un proyecto disgregador que contraría los intereses de la clase trabajadora a la que dice representar.
En Cataluña, hay quienes reclamamos la recuperación de la Federación Socialista Catalana del PSOE, pero esta debe ir acompañada por un cambio de los postulados de la formación estatal. También hubo un intento fracasado de que, en sus inicios, EUiA se convirtiera en la federación catalana de IU. La deriva identitaria del espectro político catalán ha implicado la desaparición de la izquierda en Cataluña. La aparición de la CUP, lejos de abrir espacios en la izquierda, nos aboca a una radicalización secesionista aunque amparados en un discurso de clase que encuentra eco en una izquierda alternativa y dispersa, que ya previamente había sucumbido al nacionalismo.
Tras la posición de Navarro ante el nuevo Gobierno autonómico, dispuesto a barrer el camino de baldosas amarillas del secesionismo, es evidente que o el PSOE recupera su presencia directa en Cataluña a través de una Federación Socialista o el PSC les arrastrará en Cataluña y en toda España al desastre. Y lo más grave: nos arrastrará a todos a una profunda crisis social y política con graves consecuencias para la convivencia ciudadana.
Si la izquierda parlamentaria (PSOE e IU) no es capaz de crear un proyecto para toda España, los trabajadores deberemos empezar a plantearnos la necesidad de crear nuevas herramientas en el ámbito estatal que cubran esa necesidad de representación. Este es el momento.
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