En Cataluña llevamos muchos años viendo que las palabras han perdido su sentido original. Se ha asignado a palabras y a frases bondades o cargas que nada tienen que ver con su etimología, enalteciendo o descalificando a quien las usa, dándoles un valor desmerecido o añadido nada lógico.
Hace unos días, en un perfecto castellano, Alfons López Tena afirmaba, en TVE, que “España nos roba” y otras lindezas por el estilo. Para sus seguidores supone un acto de enaltecimiento catalanista y afirmación nacional, para otros, como es mi caso, vergüenza ajena ante un personaje que da una falsa imagen de los catalanes, al menos de la mayoría, entre los que me cuento.
Una sociedad que permite que se insulte a alguien por que se declara español llamándolo fascista y que considera progresista a alguien por el simple hecho de autodenominarse catalanista tiene un grave problema de comprensión de la realidad. Nótese que solo hablo de español, no de españolista, que sería el equivalente a catalanista. Considerarse español, catalán, españolista o catalanista no debería ser, a priori, ni malo ni bueno. Las dos primeras son declaraciones de identidad personal y no excluyentes entre si; las dos segundas son mas ideológicas y, por tanto, se autoexcluyen mutuamente, pero ni aun así tiene ninguna un caché de mayor progresismo. Particularmente me siento lejano de ambas, es una opción personal.
Mi distanciamiento de los nacionalismos queda anulado por esa misma degradación intelectual colectiva ya que, al criticarlos y criticar al que hoy me afecta más, diga lo que diga Vicenç Navarro, el catalanismo, soy automáticamente considerado un españolista del establishment madrileño, según criterio de mi tocayo, o vulgaris un fascista español, y eso que seguramente mientras yo me manifestaba contra el franquismo Mas y muchos independentistas de nuevo cuño estaban calentitos en la casa de papá burguesía catalana y preparándose para hacerse con las riendas del poder que había de heredar… o corromper.
Pero vayamos a la frase que encabeza el artículo. Llevaban 30 años con la matraca del derecho de autodeterminación y no terminaban de llegar, de hacer partícipes, a esa parte de catalanes no nacionalistas y se les iluminó la cosa al encontrar (lo que tiene que en Cataluña estén las mejores empresas de marketing) la frase milagrosa: “El derecho a decidir”.
Es una frase más suave. ¿A quién se le puede ocurrir estar en contra de algo tan democrático? Pero, como siempre, en Cataluña hay gato encerrado en la frasecita. Llevamos más de 30 años decidiendo quién nos gobierna en España, en Cataluña y en los ayuntamientos. Tenemos una Constitución que garantiza nuestro derecho a decidir democráticamente en cada ámbito político. Que nuestro contrato social, la Constitución, necesita una reforma que actualice y mejore derechos ciudadanos y la estructura del Estado es indiscutible, pero no necesariamente en la línea que apunta el nacionalismo secesionista. Al contrario, hacia un federalismo simétrico, ¡no hay otro!, a una igualdad en el voto de todos los ciudadanos con un nuevo sistema electoral de distrito único y a eliminar los privilegios fiscales del País Vasco y de Navarra, por ejemplo.
En estas elecciones del día 25 de noviembre decidimos aquello que nos toca, es decir, quién nos representara en el Parlamento autonómico de Cataluña y quién estará al frente del Gobierno autonómico. Y eso es tan importante, nos afecta tanto, que ya no podemos quedarnos en casa pensando que solo hay que votar en las elecciones generales, porque aquí, en la Generalidad y en el Parlamento autonómico se decide sobre la sanidad y la enseñanza, sobre temas sociales, sobre empleo, sobre salarios públicos y privados, sobre vivienda publica, sobre ayuda a los más necesitados, sobre derechos de los inmigrantes, sobre derechos de todos. Es nuestro derecho, decidamos y votemos.
Evidentemente, mi propuesta es votar por opciones que no tienen la secesión ni la autodeterminación en su programa (da igual que le llamen independencia o derecho a decidir). Tiene razón Olegario Ortega, han pervertido estas elecciones convirtiéndolas en un plebiscito. Decidamos. Estamos en nuestro derecho.
Vicente Serrano
La voz de Barcelona, 23 de noviembre de 2012
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