La nuestra es una democracia poco democrática. Suena chocante pero es la realidad. Se supone que la democracia establece una igualdad de origen a electores y elegibles pero la verdad es que tendremos que replantearnos otro nombre para definir nuestro sistema de elección del poder legislativo y ejecutivo en España.
Es llamativo que todos los canales de televisión, desde donde realmente se llega al electorado, sean públicos (porque se lo prohíbe la Junta Electoral, dicen) o privados (porque priorizan, argumentan) marginen a candidaturas que “El Sistema” ha decidido excluir. Parece que conculcar el derecho de información de los electores es la norma.
Que el sistema electoral español es tramposo en la forma de repartir los escaños ya esta más que demostrado en varios de mis artículos. Pero, según buceas en los preliminares del acto del voto, se confirma que existe un “númerus clausus” que impide el acceso a nuevos contendientes en la pelea electoral y beneficia a los bendecidos por “El Sistema”. Esto se ha visto muy descaradamente en los debates de estas elecciones donde los criterios para hacer un debate a cuatro responden a un proyecto de bipartidismo con muletas.
En una sociedad en que el capital determina tu capacidad para entrar en el mercado económico quien tiene más dinero, y por tanto más medios y tecnología, parte con ventaja en la competencia por acaparar una parte del negocio, del mercado. Independiente de las teorías “buenistas” sobre las bondades de un mercado con igualdad de competencia la realidad es que nos encontramos con un sistema económico, el capitalismo, que tiende a la concentración del poder económico en manos de una minoría, en forma de multinacionales u oligopolios transnacionales. Parece que dicho sistema se transfiere al mismo proceso electoral dando ventajas a los que acumularon riquezas, léase escaños, previamente en forma de privilegios. Da mayores cuotas de pantalla publicitaria e informativa y discrimina negativamente a otras opciones, no por minoritarias si no por ser opciones que pueden potencialmente suponer una ruptura del estatu quo de “El Sistema”. Así, pues, no podemos hablar de igualdad de origen entre las candidaturas del proceso electoral.
La desigualdad en la publicitación de las candidaturas se traduce en una transgresión del derecho a la información de los ciudadanos. Es la forma en que “El Sistema” se asegura su reproducción y supervivencia tutelando a los electores y orientando su voto. Esa minusvalía provocada es una profunda agresión y devaluación del concepto de ciudadanía que tan ampulosamente todos dicen defender.
Podríamos definir, pues, nuestro sistema electoral como una “Oligocracia” tanto por los procesos de cocina y manipulación posterior de la voluntad emitida por los electores con las circunscripciones provinciales y la ley D’hondt, como por toda una suerte de leyes y normas previas al acto elector que merman la capacidad de los ciudadanos. En esta “oligocracia”, como en la economía, quienes realmente toman las decisiones son entes indefinidos y desconocidos de la sociedad parapetados tras complejos entramados de intereses y capital. Añadiría que son entramados que se retroalimentan: la oligarquía en lo económico y la partitocracia en lo político. Los medios que para ello utilizan son similares: las leyes y el gran poder de los medios de comunicación.
En Europa, instalados en una supuesta sociedad acomodada, hemos renunciado al uso de la violencia para generar los cambios sociales y políticos. Se apuesta por una democracia que gestione las tensiones internas pero vistas las trampas de “El Sistema” se hace necesario cambiar las leyes para que desaparezca la “oligocracia” y, finalmente, tengamos una auténtica democracia. El problema es que el pez se muerde la cola ya que es la “oligocracia” la que impide ese cambio.
La historia reciente española, con la consolidación interesada de Ciudadanos y Podemos como recambios para el bipartidismo desde los medios de comunicación, parece abocarnos a una nueva fase del “reformar para que nada cambie”. El capitalismo tiene una gran capacidad de adaptación que le permite perpetuarse acogiendo y reciclando en su seno sus propias contradicciones y alternativas. Que decir del hipismo y del rock convertidos en mercancía y negocio o de los partidos socialistas devenidos en socio-liberales y grandes gestores de “El Sistema”. Por ahí apunta la evolución de Podemos y Ciudadanos, ambos derechizándose desde sus supuestos inicios progresistas.
¿Qué hacer desde una ciudadanía disminuida a la que se le coloca una papeleta en la mano para perpetuar “El Sistema”? Aspirar a la rebeldía, aspirar a que soltemos la papeleta inducida, leer y valorar otras opciones y otras propuestas que nos ocultan, ser críticos, reclamar nuestro puesto como centro de la democracia. Hacer real lo que dice la Constitución: la soberanía recae en el pueblo español, ser protagonistas de la historia y no simples espectadores. Y a partir del 21 de diciembre trabajar para cambiar esa ley electoral tramposa y un control democrático de los medios de comunicación. No es poco.
Barcelona, 13 de diciembre de 2015
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