Fernando Savater en su articulo “retorno al progreso” plantea un nuevo eje para valorar y resituar la política: en un extremo pone el progreso y en el otro la reacción, afirmando que existen progresistas de izquierda y de derecha e igualmente en el sentido reaccionario.
Esta aportación nos permite ver las ideologías políticas, no ya de una forma lineal, sino en dos dimensiones.

Este nuevo plano de accisas y ordenadas es el que permite definirse a UPyD como progresista situándose en la mitad que abarca todo el plano superior del progresismo. Ese espació lo define como transversalidad.., progresista añado yo. Siempre he considerado y así lo he manifesté en mi artículo “A vueltas con la transversalidad” que esta solo puede ser prepolítica, ya que a la hora de aplicar políticas sociales habrá que optar por opciones liberales o socialistas; por ejemplo no es lo mismo apostar por el cheque escolar que por la escuela publica.

Habiéndome situado en el escenario creo necesario avanzar en la definición de Izquierda Progresista y gráficamente sería ese cuadrante situado en la izquierda superior del plano antes acordado.

¿Cuáles son los elementos que permiten esa nueva definición?

Es evidente que los elementos comunes del proyecto de UPyD nos unen a los liberales pero por si mismos no nos definen como Izquierda Progresista.

Cuando yo rechazo el nacionalismo no lo hago por que comparta una visión del estado con el PP, aunque aparentemente la organización propuesta sea similar, sino por que no es asumible desde la izquierda defender privilegios en función de supuestos derechos históricos. Esto es más propio de la derecha retrograda; eso independiente de que la izquierda oficial o formal de hoy es tan reaccionaria en ese tema como la derecha nacionalista.

Es evidente que en este esbozo no es posible definir las líneas constitutivas de esa Izquierda Progresista que queremos definir.
Pero habremos de enfrentar debates importantes que nos permitan avanzar y habrá que enfrentarlos decididamente. Hay una izquierda que pretende constituir todo su discurso en torno a la lucha de clases como si el capitalismo no hubiera cambiado o los antiguos sistemas socialistas siguieran existiendo y otra que pretende ignorar la realidad de existencia de diferencias sociales o que cuando gobiernan lo utilizan como parafernalia pero vaciando de contenido su gestión, y no realizan la tareas de redistribución de riqueza que en sus inicios les impulsó. Es necesario afrontar el problema desde planteamientos no dogmáticos estudiando la estratificación económica de nuestra sociedad, sus causas y como afrontar o modificar esas injustas relaciones no solo de producción, sino de retribución del trabajo y reparto de la riqueza. Dicho debate, hoy, no se puede circunscribir a territorios nacionales, ni a simplificar con la idea de que es la no-propiedad la que define al proletario. Tal simplismo ignora el hecho de la existencia de asalariados con niveles de renta superiores a muchos autónomos, pequeños propietarios o auto-asalariados; y no hablo solo de altos directivos, también de empleados de nivel medio que sus rentas no están generadas en función de el trabajo realizado, sino en el desigual intercambio internacional. Ignorar eso es esconder la cabeza debajo de las alas cómodas y calentitas del primer mundo.
Ciertas izquierdas reaccionarias teorizan la liberación nacional como medio de alcanzar la igualdad en un territorio, con la coartada de los derechos históricos, su desfase teórico es de tal calibre que retroalimenta ideas mas propias del nazismo que de una verdadera izquierda. Queden aquí estos apuntes para posteriores desarrollos.
Esta ha de ser una izquierda que ya no ve al estado como el enemigo a batir o a sustituir, sino como el garante de los derechos de los ciudadanos y el gran gestor en la redistribución de la riqueza.

La izquierda clásica aboga teóricamente por dar la vuelta a la tortilla, es decir el supuesto proletariado toma el poder y somete a la supuesta burguesía; convierte pues la revolución en un simple y revanchista cambio de papeles. Todo ello ha configurado un sistema de valores que se ha embebido en muchos movimientos sociales, desvirtuándolos de sus objetivos primigenios. Es el caso del feminismo entendido erróneamente como la obtención del poder por las mujeres; la lectura del artículo de Àssun Pérez y María Sanahuja sobre “Feminismo y custodia compartida” arroja luz sobre una nueva forma de entender la liberación de la mujer, es decir el feminismo no se entiende sin la correspondiente liberación del hombre. Así pues la Izquierda Progresista no ha de perseguir el simple cambio de clase social dominante sino la superación del sistema actual sustituyéndolo por uno donde los ciudadanos sean realmente liberes e iguales. En esa dirección ideológica deberíamos encauzar nuestros debates.

Es este, como decía al inicio, un primer esbozo y tan solo pretende ser el revulsivo que abra el debate, el necesario debate.

Vicente Serrano
Barcelona, miércoles, 12 de diciembre de 2007